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ISSN 1989-4163

NUMERO 26 - OCTUBRE 2011

Plumífero

Héctor Ranea

Dificulto —dijo Luna—
Que al chancho
Le salgan plumas
(Anónimo pampeano)

—Le aseguro, don Luna, que a ese chancho al menos lo siguen las plumas, digo, por lo que se ve de dónde le están saliendo –dijo Fermín.

—Usted habla de plumas y me viene el recuerdo de la difunta –sollozó don Luna.

—¿Y eso por qué?

—Porque usted sabrá que la difunta gustaba de dos cosas que la llevaron a la muerte. Pobrecita. La primera es que bailaba en un cabaret de campaña allá, tierra adentro de Huanguelén. La segunda es que cuando no pudo vivir más de eso, acomodaba plumas de colchones y almohadas de los ricachones. ¿Se acuerda?

—¿Cómo me voy a acordar si se murió antes de que yo naciera, don Luna?

—Como sea. Este momento es bueno para recordarla.

—Sí; claro. Pero ni miras de hablar del chancho. Le digo que le salen plumas del culo.

—Se habrá tragado los patos.

—Ni ahí. Es chancho respetuoso de la propiedad ajena, don.

—A todo chancho le llega la hora de comerse un pato y no crea que lo van a pelar.

—No. Éste no se tragó pato ni gallina. Ni siquiera falta un pollito.

—No voy a pensar que se traga un huevo y el plumífero vive dentro del abdomen del chancho.

—Ni yo.

—¿Y entonces?

—Como que me llamo Fermín que vi volando personas cerca del chancho, don Luna —dijo casi en secreto.

—¡Entonces dice usted que el chancho se tragó un ángel?

—¡Ángel! ¡Válgame el cielo! ¡Nos condenó a todos, el pelotudo del chancho!

—No vaya a creer. A veces son ángeles comprensivos y vienen a buscar las plumas y se olvidan del episodio.

—Todo bien; pero pasa que es un chancho rápido y caza todos esos pelandrunes que le vuelan bajito y se los deglute. Se enyena de plumas, como se dice.

—Mire que de lo que se come, se crece.

—Por eso vine, don Luna. ¿O se cree que usted ceba mates maravillosos y que por eso vine? Déme una de esas pociones que le receta a los plumíferos para que al menos no se me escape el chancho volando.

—Ta bien. Dale de estas pastiyitas.

—¿Cómo? ¿Receta pastillas, don Luna? ¿Qué pasó con esas buenas fórmulas magistrales de druida monacal?

—Hay que andarle con paso firme a la tecnología, muchacho. No es cuestión de quedar tan atrás que después nos curen las computadoras.

—¡Ni hablar! ¿Cuántas veces le doy la purga al chancho, entonces?

—Dos por día. Y aprovechá, hacé como la finadita y confeccioná almohadas y colchones con las plumas. Haceme caso, podés venderlas diciendo a todos que van a dormir como entre angelitos y no vas a mentir.

—¿Seguro, Don? ¿Y no me va a retar el cura por andar lucrando con los angelitos caídos?

—¡Qué va! Decile que se usan todos los animalitos de Dios y te deja tranquilo. Cualquier cosa, regalale una almohada y te deja de joder por unas pocas confesiones.

La pampa inmensa se poblaba ya de los cantos de los pájaros que se reunían para dormir.

 

Plumíferos

 

 

 

 

 

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